“Hace tiempo, Dick, Barry y yo decidimos que lo que importa es lo que te gusta, no lo que te gustaría ser. Libros, discos, pelis… Eso importa. Puede que sea cínico, pero es la puta verdad”.
Esa frase que nos dirá Rob en la película, reflexionando sobre la vida, puede que sea infantil, alejada de la realidad, inmadura. Pero es la puta verdad (perdón niños). Tenemos nuestra vida real, llena de cosas maravillosas, pero esa realidad se ve influenciada constantemente de esa otra vida, la ficticia, en la que nos ponemos los auriculares y nos ponemos un disco de REM o de los Pink Floyd, y volamos. En la que leemos un libro de Stephen King o de Juan Carlos González, y vivimos un rato en el cuerpo de otro ser; o en el que, como hoy, nos metemos en una película, y vivimos esa vida de repuesto, citando a Garci.
Alta fidelidad es una película que tiene dos historias: la real y la fantasiosa, lo que vamos a llamar, términos cinéfilos, el macguffin. La real, de lo que en verdad va esta historia, es la de un chico que se hace mayor, que madura. Y lo hace repasando su vida amorosa, sus inseguridades, sus prioridades, sus objetivos, lo que quiere ser de mayor y el sentido verdadero del amor. Es una historia fantástica y la vamos a disfrutar enormemente.
Pero luego tenemos la historia de mentira, la que va sobre un tipo que tiene una tienda de discos, que vive obsesionado por la música, que escucha música por la calle, que para superar una depresión ordena sus discos, que todo lo evalúa en listas de principales, que tiene una canción para cada momento. Un tipo que se rodea de otros tipos como él, y que su fantasía romántica es aparecer en los agradecimientos del disco de una supuesta novia cantautora.
¿Qué sentido tiene la música? ¿En qué mejora nuestra vida escuchar una canción? No nos da dinero, no nos hace ser más atractivos, ni nos quita las canas. O sí. San Agustín decía “Quien canta, reza dos veces”. Y este santo nos da la clave: la música eleva nuestras almas, nuestras conciencias, llamarlo cómo queráis. La música hace que nuestro ser sea mejor.
Últimamente repito un mantra: hay cosas que se conocen a través de la razón, como la declaración de la renta o la receta de un bizcocho; pero otras se conocen a través de la emoción, como la alegría que nos da que la renta nos salga a devolver o la satisfacción de comer ese bizcocho mojándolo en leche bien fría. No podemos conocer las cosas de la razón a través de la emoción, y tampoco a la inversa. No hay explicación para explicar lo que siento cuando me pongo un disco de Radiohead, o la emoción que sentimos todos en casa al escuchar la última canción de los Beatles, una canción que viene desde la tumba gracias a la inteligencia artificial. No digo nada cuando vamos a un concierto y esa emoción pasa de ser individual a colectiva. Eso celebramos hoy. Celebramos que nuestras almas, conciencias, pensamientos, viajan y crecen gracias a la música.
Y nos alegramos de poder formar parte de esto. El cine también lo provoca. Durante las casi dos horas que dura Alta fidelidad vamos a vivir en otros cuerpos, otras historias que no son las nuestras. O sí. Eso dependerá de cada uno.
Presentación para Cinefórum Crevillent, en la sesión dedicada a Alta fidelidad
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